La
semana pasada vimos en clase el documental “El esfuerzo y el ánimo”, que
trataba sobre el Ballet de Lausanne creado por Béjart.
Maurice
Berguer, conocido por el seudónimo
Béjart, (Marsella, 1928) fue un gran bailarín y coreógrafo francés. Fue uno de
los grandes renovadores de la danza en la segunda mitad del siglo XX. Comenzó
sus estudios en Marsella, estudios que amplió en París y Londres con Madame
Rousanne, Léo Staats, Lubov Egorova, Nora Kiss y Vera Volkova.
Su
estilo se caracterizó por su eclecticismo, y por estar abierto a todo tipo de
corrientes, géneros y concepciones, que él supo combinar en un todo homogéneo:
la tradición clásica y moderna, el jazz, las acrobacias circenses, las
filosofías orientales...
En
este documental pudimos observar cómo un bailarín de la academia de Lausanne
asume el cargo de director de la obra tras la muerte del antiguo director
Béjar. Asumir este reto y esta aventura, no sería fácil pues Bejart tenía una
gran capacidad de atraer al público y a la vez transmitirle valores como la
humanidad y la sinceridad. Esto ocurría más que nada porque el propio Béjar le
apasionaba lo que hacía. Gracias a esta pasión y dedicación plena por la
academia, sus bailarines y las obras, podemos interpretar que se creó un
vínculo educativo a través de la danza.
El
bailarín al que nos referimos, Gil Roman, tendrá que asumir un duro y costoso
legado que el antiguo director le dejó a cargo para que continuase con la obra.
En este punto es importante destacar que Gil trata de innovar partiendo de una
base, un legado como hemos dicho antes. Este legado es el que permite que una
obra se sostenga y a la vez se adapte, ya que consideramos que la tradición,
que no cambia, está abocada al fracaso y muere.
Una
de las frases que nos ha llamado la atención en el documental es “Al principio
es un niño que se levanta y baila, luego un bailarín que suda y se esfuerza y
al final como un niño que se levanta y baila”. Si tratamos de interpretar esta
frase y relacionarla con los contenidos de la asignatura, podemos decir que en
el caso de Gil Roman se ha producido proceso educativo. Es decir, toda persona
puede ser muy bueno o buena en algo, pero en todo tiene que haber dicho proceso
educativo. Los requisitos para que este proceso se dé son la disponibilidad,
esfuerzo (es decir un trabajo continuado), atención y responsabilidad. Llevando a cabo estos requisitos se conseguirá
desarrollar un trabajo que nos apasione y se vuelva a convertir en algo espontáneo
pero que a la vez se convierte en saber; un saber perfeccionado que nos lleva a
entender sobre algo y poder transmitirlo a otras y que éstos lo sientan.
El
tipo de ballet de la academia es una danza municipal, que se representaba en la
ciudad de la que hablamos pudiendo ser disfrutada por todos los ciudadanos y
ciudadanas, con lo cual el propio director estaba comprometido con el grado o
nivel de ballet que los mismos ciudadanos/as exigían y al mismo tiempo estaban
acostumbrados. Por lo tanto el reconocimiento y los aplausos de los
espectadores, servían de indicadores para saber si gustaba o no la obra.
Mediante
el ballet, de alguna forma se medía la potencialidad y capacidad de los
bailarines, al mismo tiempo que los ciudadanos/as adquieren protagonismo al
sentirte partícipes de algo tan importante para ellos, para su ciudad, pero
esta vez sin contar con la presencia del antiguo director. De esta manera se consiguió
realzar el nivel cultural de la ciudad.
Como
educadores y educadoras, debemos
cuestionarnos ¿Cómo enseñar?, ¿Cómo transmitir algo al otro/a?
Nuestra
función como profesionales de la educación, no debe solo centrarse en
transmitir conocimientos, sino educar de forma cívica, ayudar a desarrollar las
potencialidades de los y las educandos;
que éstos descubran su pasión y hagan aquello que les apasiona
disfrutando y no siéndose agotados/as.
Esto podemos relacionarlo con una frase del documental, “sacar a alguien
de la selva mental en la que está encerrado/a, para que pueda centrarse en sus
cualidades”.
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